Capítulo 1
“El continente de
Athaeren se divide, geográficamente, en cuatro partes, listadas de norte a sur
del siguiente modo: Vorela, Varte, Kal-sha y Da’k-shalk." -De la Geografía y el Orden del mundo
, Tomo Segundo. Por Ankenie de Gare
Dorien se ajustó el yelmo y siguió
observando detenidamente el valle que se extendía ante él. La lluvia fina y
helada característica de la zona caía sin cesar, y el agua se filtraba por los
listones de madera de los que estaba formada la pequeña atalaya en la que Dorien
vigilaba. El chico tiritaba de frío. No podía encender un fuego porque el humo
podría delatar la posición de la torre ante los enemigos. Eran las cinco de la
tarde y el sol ya estaba a punto de ponerse, pronto llegaría su relevo y podría
irse al pueblo a tomar unos vasos de aguardiente para entrar en calor. El
viento empezó a azotar con fiereza los fundamentos de la atalaya, y ésta empezó
a moverse violentamente de un lado a otro. Dorien estuvo a punto de caer, y
tomó la decisión de bajar. Su turno ya había terminado, y esa torre era una
trampa mortal.
-¿Qué estás haciendo?
Dorien soltó un respingo y se giró
bruscamente. Mara, su relevo, lo miraba con desaprobación.
-¿Es que eres incapaz de estar en tu
sitio?
- La torre se mueve por el viento,
temía que…
-Eres un debilucho.
Mara se encaramó a la escalerilla de
la atalaya y subió en un momento. Vivía con su abuelo en la ladera de la
montaña, pero en invierno volvían al pueblo y vivían en la casa de sus difuntos
padres. Los padres de Mara eran militares de alto rango. Su madre era la
comandante jefe de la armada de la Reina del Sur, y su padre era el capitán de
la segunda tropa del Ejercito de la Montaña. Era fácil saberlo, porque ella lo
repetía siempre que tenia ocasión.
Dorien siguió un angosto sendero
hasta llegar al camino principal. La lluvia seguía cayendo, y el barro le
manchaba las botas.
Cuando llegó al portón de la pequeña
fortificación que defendía el pueblo de Sheriam de los bandoleros, dos guardias
gritaron desde las almenas.
-¿Quién hay?
-Soy Dorien, guardián diurno de la
atalaya oeste.
La lluvia y la creciente oscuridad
dificultaban la visión, y los guardias no se fiaron.
-Demuéstralo. ¿Quién hace el mejor
asado del pueblo?
Dorien rió antes de contestar.
-¡Leina, la hermana de Haru la
panadera!
Las puertas se abrieron y Dorien
entró corriendo.
Lo primero que se podía ver al
entrar por el portón era una estatua de piedra con forma de oso, símbolo del
Reino del Vorya, y, alrededor, la plaza del mercado, que se llenaba de carretas
y tiendas de mercaderes en los meses más cálidos. A los lados de la plaza, las
bajas casas de madera y piedra se amontonaban entre calles empedradas
recientemente.
Dorien corrió hacia la taberna del
pueblo situada enfrente de la estatua. El local no estaba muy lleno, ya que el
invierno en la montaña no era propicio para recibir la visita de mercaderes y
viajantes. Estaban los hombres y mujeres de siempre, y dos desconocidos
ataviados con sombreros y oscuras y voluminosas ropas que los escondían.
-¡Mider! Ponme un aguardiente.
-Ahora mismo.
Dorien cogió una silla y se sentó al
lado de la gran chimenea. Se quitó el yelmo y la cota de malla, así como otras
protecciones. El fuego empezó a calentarle el cuerpo y a secar su ropa, y Dorien
al fin empezó a sentirse mejor. Le dolía la cabeza y le goteaba la nariz.
Mider, la camarera, se le acercó y
le dio una pequeña jarra de madera con aguardiente.
-Gracias. Oye,- la cogió del brazo y
acerco su cara a la suya- ¿sabes quiénes son esos dos?
Mider los miró de reojo.
-Dicen ser dos hermanas que van a
ver a su padre en Teron.
-¿Dos mujeres viajando solas por la
montaña en pleno invierno?¿No podrían ser mercenarias?
-Podrian serlo, pero si lo fueran ya
habrían atacado. Además, han superado la inspección de los guardias, y no
llevan armas.
-Gracias, Mider, pero las vigilaré
por si acaso.
Mider se alejó moviendo sus
voluptuosas caderas y sacando pecho ante un grupo de hombres de la mesa de al
lado.
Dorien bebió intranquilo, con la
sensación de que esas figuras oscuras y siniestras lo vigilaban. Cuando salió
de la taberna, esperó escondido en una esquina, y sus sospechas fueron
confirmadas al ver a las dos mujeres salir poco después. Empezaron a mirar en
todas direcciones y se descubrieron el rostro. Eran dos chicas de unos
diecisiete años, su misma edad. La más alta tenia rasgos redondeados y los ojos
negros, su rostro denotaba una sabiduría oculta y antigua. La más baja tenia
los rasgos más finos y la piel clara como la nieve, en sus ojos marrones se
reflejaba la oscuridad del crepúsculo. Los sombreros, desmesuradamente grandes
y puntiagudos, cubrían su cabello, pero algún mechón suelto delataba que ambas
lo tenían castaño.
La más alta miró a su compañera.
-¿Crees que se ha dado cuenta?
La otra muchacha miró al cielo, afirmó
con un gesto y suspiró. La brisa helada sopló, y algunas nubes se apartaron
dejando que la luna llena inundara el pueblo con su luz. La piel de la chica
adquirió un brillo sobrenatural y un escalofrío recorrió el cuerpo de Dorien.
-No sé cómo lo convenceremos. Este
pueblo está lleno de partidarios de Nyrae, él mismo forma parte de la guardia.
-Solo es un vigilante- dijo la más
alta -quizá solo lo haga por dinero.
- Esperemos que sea así. Daina
confía en nosotros, no podemos fallarle.
- ¿A qué se debe tanta lealtad?
- Ella nos salvó, y ya ha demostrado
que puede y merece ser nuestra líder.
-No necesitamos una líder.
-Ya hemos hablado miles de veces de
esto, tú misma juraste lealtad, no es momento ni lugar para dis…
De repente las dos se giraron y miraron
hacia donde estaba Dorien. El chico habia pisado una rama sin querer.
- Dorien,- dijo la más alta con voz
suave y calmada -solo queremos hablar contigo.
Dicho esto ambas empezaron a
acercarse, y Dorien echó a correr.
Corrió tanto como pudo, presa del
miedo. Esas chicas no eran trigo limpio. Sabian cosas sobre él, y por cómo
habían hablado, eran enemigas de Nyrae “alma helada”, el sucesor del Rey.
Alma Helada, como la gente del Norte
le llamaba, había aparecido hacía un año en la corte del Rey Geloth, Señor de Otued
y las Montañas Pirai, también llamadas “Las Heladas”. Al poco de llegar como
simple criado, el Rey se fijó en él y lo trató como si fuera su propio hijo.
Muchos decian que usó malas artes para recibir este trato, pero desde que
empezó a tener poder en el reino, los bandoleros y los mercenarios de la
Marquesa, una enemiga acérrima del rey, habían dejado de atacar los pueblos y
ciudades del reino. Nadie sabía de dónde salió Alma Helada, lo único seguro era
que era mejor estar de su lado.
Dorien corrió a través del pueblo y
llegó a la zona rural, donde abundaban las granjas abandonadas. Las dos chicas
lo perseguían impasibles, sin que una sola gota de sudor surcara sus rostros.
De vez en cuando le pedían que parase, pero el estaba dispuesto a no dejarse
atrapar. Pronto se dio cuenta que corriendo no se libraría de sus
perseguidoras, así que trazó un plan para esconderse. Haria que lo siguieran
hasta el viejo molino, y allí se escondería un rato. Mientras ellas lo
buscasen, él se escaparía e iría al pueblo a pedir ayuda.
Así que tomó el camino de tierra
embarrado que subía hasta una pequeña colina donde la sombra del viejo molino
se recortaba en la luz de la luna. Cuando entró pensó rápido y subió al segundo
piso, donde el molinero había tenido su habitación, y se escondió en un agujero
tras el armario. Era un poco angosto, pero servía para esconderse. Por delante,
el fondo del armario amenazaba con romperse a cada movimiento y estaba lleno de
agujeros que las termitas habían hecho durante años. A la altura del ojo, un
gran agujero en un nudo de la madera le permitía ver, a través de las puertas
entreabiertas del mueble, si las chicas se acercaban a su escondite. Si era
así, siempre podía tirarles el armario encima y echar a correr. Aunque algo le
decía que el armario era poco para ellas.
Pronto oyó pasos en el piso de
abajo, y pasado un rato, el crepitar de la escalera. Al cabo de veinte minutos,
las dos chicas ya estaban en la habitación.
-Dorien, sabemos que estás aquí-
dijo la más baja.
-No puedes huir, estas acorralado.-
tras decir esto, la alta cerró un momento los ojos con fuerza y Dorien notó un
molesto zumbido en los oídos.- Y lo de tirarnos el armario encima no
funcionará.
La otra chica la miró extrañada. A
pesar de su sorpresa, Dorien siguió quieto, sin decir una palabra. Durante
cinco minutos ninguno de los tres se movió o dijo nada, hasta que la más baja
rompió el silencio.
-Yo me llamo Nesa, y ella es mi
amiga Lia. No queremos hacerte ningún daño.
Dorien siguió en su escondite, sin
dar señal de entendimiento. Lia, la chica alta, resopló y gritó:
-¡Acabemos con esto!
Se quitó los ropajes negros y
pesados que la cubrían, mostrando una especie de uniforme real: una camisa blanca
de mangas largas y anchas, unos pantalones negros y abombados que llegaban
hasta las pantorrillas, donde empezaban unas grandes y robustas botas de cuero;
encima de la camisa llevaba un chaleco negro de un suave tejido extraño, con
grandes botones anudados en el extremo
izquierdo de la prenda; bordado con hilo plateado en la zona del corazón, había
un símbolo que representaba una puerta con grandes columnas clásicas a los
lados y hiedra recorriéndolas. El detalle del dibujo era pasmoso.
La chica se acercó al armario y
cogiéndolo de los lados lo levantó con sorprendente facilidad y lo lanzó al
otro extremo de la habitación. Su compañera tuvo que apartarse a una velocidad
sobrenatural para pegarse a la pared y evitar el mueble.
Dorien quedó al descubierto y se
preparó para huir, pero echando un rápido vistazo comprobó que ahora el armario
bloqueaba la única puerta de la habitación. Miró a los lados, y solo encontró
una ventana, si aprovechaba que Nesa, la chica baja y la que parecía más
rápida, aún estaba despistada por el incidente del mueble arrojadizo, podría
correr hacia la única salida y saltar.
El chico aprovechó que las chicas le
quitaron la vista de encima un momento para discutir y corrió hacia la ventana,
arrojándose con fuerza para romper el cristal. Detrás de él oyó a las chicas
gritar. Al caer se golpeó la cabeza contra algo, pero con mucho esfuerzo
consiguió incorporarse y salir corriendo hacia el pueblo.
Intentó no mirar atrás, pero al cabo
de poco rato oyó a las chicas persiguiéndolo. Cuando llegó a las granjas
abandonadas, la vista empezó a fallarle y la cabeza le empezó a dar vueltas,
pero siguió corriendo agotado a través de las casas, cada vez más juntas, de
las granjas sin dueño.
Pero cuando estaba cerca del pueblo
tropezó, y no pudo encontrar fuerzas para volver a levantarse. Se arrastró como
pudo por el suelo enfangado en un vago intento de seguir huyendo, pero la vista
le falló y perdió el conocimiento.
. . . . . . .
Dorien entreabrió los ojos al
percibir una luz cerca de él. Apenas podía ver nada, pero notaba que estaba en
una cama, y que seguía sucio de barro. Notaba el fango seco al tensar las
mejillas para abrir los ojos.
-¿Ya estas despierto?-.
Al principio, el chico no reconoció
la voz, pero al cabo de unos segundos algo se activó en su cerebro y le llenó
de terror. Era Lia, la chica alta, una de sus perseguidoras.
Dorien se revolvió en la cama, pero
apenas pudo moverse, sus músculos estaban adoloridos y agarrotados. No estaba
acostumbrado a tanto esfuerzo físico. Intentó mover los brazos de nuevo, y
entonces notó que estaba atado a la cama por las muñecas, y también por los
tobillos.
Intentó gritar, pero ningún sonido
salió de su boca. Todo eso parecía una pesadilla.
Al cabo de un rato la vista se le
volvió más nítida y empezó a observar la habitación.
La habitación era de madera, con
solo una pared de piedra. Era un dormitorio lleno de polvo, seguramente hacía
mucho tiempo que nadie lo usaba. Debían estar en una de las granjas
abandonadas. A Dorien le tranquilizó saber que aún se encontraba en el pueblo.
De repente empezó a sentir un
zumbido grave y persistente que tomó como consecuencia del golpe.
Solo estaba una de las dos chicas.
Era Lia, la chica alta que había levantado el armario como si fuera una
almohada. Estaba sentada encima de la otra cama y lo miraba entre una cortina
de pelo castaño mientras se abrazaba las rodillas. Parecía tan… normal.
-Es que SOY normal.
Dorien soltó un respingo. Había
ocurrido lo mismo en la habitación del molino. ¿Era posible que esa chica
pudiera leer la mente? Dorien descartó esa idea e intentó buscar una
explicación razonable. Debía ser una coincidencia. Solo eso. Ni esa chica, ni
nadie más podía leer la mente, era una estupidez.
-No es ninguna estupidez. Puedo
saber lo que piensas. Aunque, más que “leer la mente”, oigo tus pensamientos y
veo las imágenes a las que están asociados.
Dorien intentó decir algo, pero solo
salió aire de su boca.
-Eso te lo ha hecho Nesa. Hay gente
buscándote. Han pasado dos días, y hemos tenido que hacer uso de técnicas
detestables para que no nos crean causantes de tu desaparición. Por suerte, la
lluvia de esta semana ha deshecho algo de nieve, y al fin podemos irnos de este
lugar de mala muerte.
Dorien se sintió aterrorizado, pero
no podía hacer nada. Intentó levantarse, haciendo chocar la cama contra la
pared para desencajar la estructura de ésta, pero no funcionó.
-Estas haciendo mucho ruido, será
mejor que te vuelva a dormir hasta que Nesa vuelva.
Dicho esto, Lia se levantó de la
cama y cogió algo de una bolsa que había sobre la cómoda. Después se acercó a
él y le sopló una especie de polvo en la cara.
-Dulces
Sueños.
-…lo único que queda por hacer.
-¿Y cómo espera Daina que nos lo
llevemos? No podemos retenerlo en silencio. ¡No está quieto un segundo! Y no
podemos llevarlo drogado todo el rato.
-Por eso tenemos que hablar con él
de forma civilizada. Si le contamos todo, nos ayudará.
-¿Estás segura? ¿Quién te dice que
no prefiere esto?
-¡Como va a preferir esto!
-Por lo que sé, su vida antes de
esto era una mierda. Se intentó suicidar varias veces. Allí es un inadaptado y
un Don Nadie, en cambio, aquí es totalmente feliz. ¿Tú renunciarías a una vida
así para volver a ser una desgraciada? Yo no.
-Pues si no quiere, que no vuelva,
pero tiene que ayudarnos, si no lo hace, Nyrae…
Nesa interrumpió su frase. Se habían
dado cuenta de que Dorien estaba despierto. Seguía atado y mudo.
Nesa se acercó a él.
-¿Estás dispuesto a hablar con
nosotras de forma civilizada y sin intentar huir?
Dorien pensó un momento. Algo le
decía que tenía que saber más, era algo más que simple curiosidad. Además, no
tenía ninguna otra salida.
El chico asintió, y las dos
muchachas suspiraron aliviadas.
-Primero, te devolveré el habla.
Nesa se toco el pecho y dijo un par
de palabras extrañas en voz baja. Dorien sintió un ligero ardor en la garganta
y tosió.
-¿Cómo lo has hecho?- dijo aun con
la voz rasposa.
Lia se llevo dos dedos a los labios.
-Es secreto- dijo en voz baja.
Mientras Nesa lo desataba, Lia se
toco el pecho con una mano, y con la otra empezó a acariciar puertas y ventanas
a la vez que susurraba algo.
-Es para que no escapes.
Dorien estaba impaciente, todo le
parecía ir desesperantemente lento y su cerebro funcionaba a trompicones. Era
como una historia explicada en breves parágrafos.
Al fin Nesa se sentó enfrente de él,
con Lia de pie a sus espaldas.
-Te lo diré claramente: si te
contamos la verdad, nunca más podrás huir.
Dorien tragó saliva, alarmado.
-¿Es una amenaza?
Nesa negó con la cabeza:
-No, es una realidad. Desde el mismo
momento en el que sepas la verdad, estarás atado a ella para siempre. Hasta el
día en el que mueras, o te vuelva loco y decidas quitarte la vida tú mismo.
Una lucha interna se libró en el
chico. ¿Qué hacer?
-Pues soltadme.
-No lo tenemos permitido.
El corazón le latía con la fuerza de
un torrente. ¿Qué hacía allí? Era alguien insignificante, sin poder en la
aldea. No podían sacar nada de él, no podían conseguir nada de él que no
pudieran de otro de las decenas de chicos que poblaban el lugar.
-¿Por qué a mí?
Silencio.
- ¿Por qué me habéis cogido a mí?
Ni siquiera lo miraban.
Por dentro, en algún lugar de su
ser, había una pequeña fracción que lo animaba… “pregunta”… “pregúntalo”…
“debes saberlo”…
Pero, si era cierto lo de esa
verdad, ¿perdería su vida?
No le asustaba perderla de una forma
física. No le daba miedo la muerte. Lo que lo aterraba de verdad era perder su
vida de una forma más intangible. Aquello que había labrado durante años, las
amistades que había conseguido y mantenido, los logros que había sembrado y
recogido con orgullo… A su parecer, eso era la vida, más que el hecho de estar
vivo.
Pero ahí quedaba un rastro… Algo que
impulsa a veces al ser humano a perderlo todo por nada: la curiosidad. La Gran
Creadora. Origen de la creatividad y el descubrimiento…
Y esta, finalmente, es la que gana
siempre.
-Quiero saberlo, contádmelo.
Nesa se sentó de nuevo ante él,
emocionada, mientras Lia miraba hacia otro lado con… ¿Desaprobación?
Nyrae pasó las manos sobre el
antiguo escritorio. La madera veteada causaba una extraña y placentera sensación
en la palma de su mano. La habitación estaba débilmente iluminada por una
robusta ventana, con uno de los postigos cerrado. Al Viejo le dolía la cabeza y
no quería luz.
Rió para sí. Era un espectáculo
lamentable, ver al anciano echado en su cama, con los doseles cerrados y una
joven enfermera atendiendo cada uno de sus caprichos. Nyrae se prometió que si
algún día acababa así, se mataría para no resultar la molestia en la que el
Viejo se estaba convirtiendo.
Fuera, la nieve caía con fiereza, y
el viento golpeaba fuertemente la torre. El chico odiaba eso. Él venía de un
lugar cálido, en el que, aunque no era de clima tropical, rara vez nevaba y el
clima siempre era clemente.
La enfermera, una muchacha de apenas
quince años, poco agraciada y de mirada huidiza, se acercó a él y le dijo en
voz baja:
-Quiere hablarle.
-Voy.
Le habló de usted. Todos lo hacían.
Creían que era importante, que era superior a ellos, y le encantaba. Era el
único capaz de acercarse a su Rey y hablarle como quería. El único capaz de ir a
cualquier lugar del palacio sin ningún permiso firmado.
Se acercó a la cama, apartó el dosel
y miró al anciano a la cara. Estaba consumido. La barba le caía raída por un
lado, las mejillas se le marcaban y sus ojos parecían dos cristales vacíos.
-¿Qué quieres Viejo?
-Qué… haces… rondando… mi… cama.
Hablaba con la voz quebrada. Era
como el viento entre las rocas: silbante, desagradable y entrecortado.
- Estoy esperando a que te mueras.-
lo decía sinceramente, aunque pareciese broma.- Los médicos prometieron que
tardarías menos.
- Buitre… desvergonzado…- lo dijo
sonriendo.
Era una relación de igual a igual.
El Viejo no tenía hijos. Al menos, ninguno que quisiera reconocer. Cuando Nyrae
llegó, el anciano vio en él un digno sucesor, un vivo reflejo de sí mismo
cuando era joven. Entonces, ya sabía que iba a morir, y le preocupaba no dejar
a nadie que ocupara su lugar. El chico era frío, desvergonzado, astuto,
inteligente y, sobre todo, un gran mentiroso. No era el gran luchador que había
sido el Viejo de joven, pero era un estratega y político muy superior. Algo
adecuado a los tiempos que corrían.
- Estás montando un drama. Eres un
exagerado.- Nyrae lo dijo sin mirarlo siquiera.
-Me… muero…
- Miles de personas mueren cada día,
y algunos hasta se mueren sin que nadie se entere. Deberías aprender de ellos.
El anciano hizo un amago de risa,
pero solo consiguió toser y dañarse. La enfermera se acercó para ayudarlo, pero
él la rechazó.
-Pronto… me… suce… - tosió aún con
más fuerza- me… sucederás.
-Esperemos que sea así, PRONTO.
Nyrae se levantó y dejó al anciano
descansando. Pronto llegaría su momento, pronto alcanzaría aquello por lo que
había luchado. Tenía tantos cambios en mente… Tantos proyectos… Al fin sería
alguien.
Ya en la puerta, el chico se dirigió
su mirada a la cama.
- Sabes, Viejo, te voy a permitir
estos últimos momentos de teatrillo. Al fin y al cabo…-
Giró y siguió caminando hacia el
pasillo.
-…no todos los días, muere un Rey.
Puso las manos tras su cabeza y se
alejó silbando con ligereza.
La enfermera lo miró con mala cara.
Ese chico no tenía modales.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada